Año: 2008, Número:7-8 
Comunicación


 

Reflexiones antropológicas acerca de la construcción biomédica de la menopausia

                                                        Héctor Blass Lahitte[1]  y  Ana Leticia Fitte[2]

 

[1] Héctor Blas Lahitte, Doctor en Ciencias Naturales (Licenciado en Antropología), Doctor en Psicología, Post-grado en Psicología, Investigador Principal CIC (Argentina), Director del PINACO (Instituto de Investigación en Antropología Cognitiva), Jefe del Departamento Científico de Etnografía de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo (FCNyM) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Profesor Titular de Teoría Antropológica y Etología, Académico de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba y Buenos Aires, Profesor e Investigador visitante en España.  E-mail: lahitte@fcnym.unlp.edu.ar

[2]Ana Leticia Fitte, Licenciada en antropología,  (FCNyM – UNLP),  Becaria CONICET, Personal del Departamento Científico Etnografía de la  FCNyM, UNLP. E-mail: anafitte@gmail.com

 

I- Introducción

Las investigaciones pioneras de Margaret Mead constituyeron un aporte fundamental para el conocimiento de las relaciones entre hombres y mujeres, promoviendo la diferenciación posterior de las categorías de sexo y género. Una de las características que la autora reconoce como propias del ciclo de vida femenino, es el hecho de que la vida de una mujer se desarrolla en distintas etapas predefinidas, puntualizándose en cada caso particular si es virgen, si dejó de serlo, mujer sin hijos, madre, mujer que ha pasado la menopausia -y que ya no puede tener hijos-(Mead, 1961). Tomando como referencia la sociedad occidental, Lock observa que el saber científico biomédico, ha compartimentalizado progresivamente el ciclo de vida femenino en distintas etapas, a menudo signadas cada una de ellas por alguna crisis particular. En este sentido, una de estas etapas consignadas para el ciclo de vida femenino es la “mediana edad”, caracterizada por la ocurrencia del climaterio y la menopausia (Lock, 1996: 35). El objetivo de este trabajo es repasar la conceptualización biomédica de la menopausia, particularmente, la construcción del cuerpo femenino que subyace en dicho saber. El prepuesto de partida que aquí tomamos es que en la sociedad occidental,  la materialidad física del cuerpo femenino y sus características “naturales”, han sido históricamente los emblemas definitorios de la identidad femenina, los sustratos utilizados para sostener y legitimar la estructura de género de nuestra sociedad. Como destaca Burín, “en la cultura patriarcal el sistema predominante para las mujeres organiza su feminidad alrededor de la fertilidad y la maternidad” (Burín, 1998). Cabe entonces preguntarnos qué modalidades de existencia caben para aquellas mujeres que ingresan o superan la edad de la menopausia, en la medida en que son percibidas y definidas en función de la pérdida de sus capacidades reproductivas.

 

II- Breve reseña de las definiciones médicas de la  menopausia

Siglo XIX: primeros estudios

Rodríguez establece la etimología de los términos menopausia y climaterio. Dice: “en un sentido estricto, el vocablo menopausia alude a la fecha de la última menstruación. Etimológicamente deriva del griego: “men”: (mes) y pausis (cesación). Menopausia es entonces, la interrupción permanente de la regla, como consecuencia de la pérdida de la actividad folicular ovárica, y es un suceso inevitable que acontece alrededor de los 50 años. Conceptualmente, el climaterio es el período de transición de la etapa reproductiva a la no reproductiva y comprende el lapso que antecede a la menopausia así como el que la sucede. También de procedencia griega, la expresión: “climater” (escalón), es aplicada, al “período de la vida que precede y sigue a la extinción de la función genital”. (Rodríguez, 2000). Acorde con la OMS el climaterio tiene lugar en las mujeres entre los 45 y 64 años (OMS, 1981).

Una de las primeras obras, de principios del siglo XIX dedicada íntegramente al tema de la menopausia es la del médico francés  Gardanne. En ella propone el término menopausia para designar la interrupción de los menstruos (Laznik, 2005). Lock señala que a partir de mitad del siglo XIX, dicho término habría sido incorporado gradualmente en la literatura médica, tanto en Inglaterra como Francia para referirse a los años anteriores y posteriores a la última menstruación (Lock 1993, 309). Las discusiones referidas a la menopausia, giraban en torno a los riesgos posibles durante esta etapa y en qué casos ésta era normal o patológica. Fuera de estos términos la mayoría de los especialistas permanecían indiferentes ante esta parte del ciclo de vida femenino. Las investigaciones y los conocimientos derivados de éstas sobre el proceso en sí mismo, eran por entonces subsidiarios de las investigaciones interesadas en la fisiología del aparato reproductivo femenino.

Otra de las publicaciones claves de dicho siglo es la del fisiólogo Edward Tilt, quien publicara en Inglaterra el libro “The change of life in Health and Disease: A Practical Treatise on the Nervous and Other Affections Incidental to Women at the Decline of Life”. A esta primera publicación, en el año 1857, le siguieron 3 ediciones más, la última de las cuales se realizó en 1882 (Lock 1993, 310). Tilt acordaba con un colega americano, Dr. Meigs, en que hasta el momento no se le había prestado suficiente atención a los peligros durante "la crisis", y que las mujeres que solicitaran ayuda debían recibir una atención adecuada. La perspectiva de Tilt era compartida por otros médicos de su época. En términos generales, se acordaba que la edad comprendida entre los 40 y los 55 años era una época de pérdida del vigor para ambos sexos y no solo para las mujeres.

Tilt consideraba que si bien la menopausia era un proceso superable en la vida de toda mujer, éste debía ser supervisado por un médico y la superación de dicha etapa no siempre se lograba sin verse afectadas ciertas cualidades vinculadas con la apariencia femenina. En algunos casos las afectadas "no recuperaban su salud sin sacrificar su gracia femenina, su apariencia se tornaba de alguna manera masculina, los huesos más prominentes que lo habitual, la piel menos delgada” (Lock 1993, 311). Este médico definía a la mujer como "un útero, con otros órganos alrededor" y como muchos colegas de su época, postulaba que la principal causa del cambio, se debía a una evolución deficitaria de los ovarios, un colapso del sistema reproductivo que repercutía en la totalidad del cuerpo femenino.

La antropóloga Emily Martin en un trabajo del año 1989 –Woman in the Body: A Cultural Analysis of Reproduction-, dedica un capítulo al análisis de los discursos médicos sobre la menstruación y la menopausia. Su punto de partida es que los textos médicos construyen el cuerpo de la mujer, a través del uso de metáforas indisociables del contexto socio histórico. Martin plantea que en el siglo XIX tanto la menopausia como la menstruación son analogadas a enfermedades. El cuerpo femenino es percibido como una máquina periódicamente dañada por las menstruaciones a lo largo del ciclo reproductivo, y en crisis a partir del climaterio.

 

Siglo XX: el cuerpo hormonal

Durante el siglo XX se empiezan a desarrollar estudios en endocrinología, los cuales tendrán implicancias en la percepción del cuerpo humano. Como destaca Harding, “las hormonas son uno de los mayores inventos del siglo XX, que han capturado tanto la imaginación científica como la  popular” (Harding, 1996: 101-102). Según esta autora, en el discurso científico, las hormonas sexuales han sido presentadas como determinantes poderosos de la diferencia sexual proveyendo de un punto de origen para sexo y mecanismo a través del cual es expresada la diferencia sexual. En suma, discursivamente constituyeron la encarnación de la esencia del sexo. La constitución de las hormonas sexuales en estos términos, significó y promovió una jerarquía de eventos en la cual fue aceptado que el sexo puede ser leído  a partir de un cuerpo en el que se desarrollan una de las dos superficies morfológicas, esta noción de dualismo sexual ha sido reforzada en los discursos posteriores con el uso de los términos masculino y femenino para describir las hormonas implicando esto que funcionan de manera separada y que son exclusivas a los sujetos sexuados. Este mismo dualismo, sobre el sexo y el cuerpo se implementa  hoy día en el caso de estrógeno, el cual es entendido como la hormona sexual femenina por excelencia (Harding, 1996: 100).

En este sentido, Harding señala que el surgimiento de las hormonas, facilito el desarrollo de una construcción específica nueva: el cuerpo hormonal, esto es, un cuerpo controlado por hormonas.

El hallazgo del estrógeno en la década del veinte y su participación en la fisiología reproductiva femenina tuvo como consecuencia la redefinición del concepto de menopausia como una enfermedad deficitaria junto con la extendida promoción de la terapia del reemplazo de estrógeno. Leidy indica que esta conceptualización de la menopausia como patología ha adquirido tres formas: “1) como una enfermedad deficitaria (similar a la diabetes o al hipotiroidismo); 2) como una endocrinopatía (enfermedad de las glándulas endócrinas); 3) como un factor de riesgo para contraer enfermedades crónicas tales como osteoporosis y enfermedades de tipo cardiovascular (Leidy, 1999, 409)”.

Una de las figuras destacadas en la historia médica que más opinó sobre femeneidad fue el Dr Robert Wilson, un ginecólogo de Brooklyn cuyo trabajo sobre la menopausia fue financiado por Wyeth, una compañía farmacéutica líder en la producción de estrógeno para la terapia de reemplazo hormonal. Wilson es probablemente la figura más citada de la literatura sociológica y feminista sobre menopausia por su punto de vista radicalmente sexista. Las afirmaciones de uno de sus artículos, “The Fate of the Nontreated Postmenoapausal Woman: a Plea for the Maintenance ofAadequate Estrogen from Puberty to the Grave”, son escandalosas en este último sentido; afirma por ejemplo: “un hombre permanece hombre hasta el final. La situación con la mujer es muy diferente. Sus ovarios se tornan ‘inadecuados’ en una fase de la vida relativamente temprana. Es el único mamífero que no puede continuar reproduciéndose luego de la mediana edad” (Wilson, 1963)[3]. Al final de su artículo dice: “ya no tenemos una mujer completa sino una parte de una mujer”. En estas afirmaciones de Wilson -destacadas por Lock en su libro “Encounters with Aging. Mythologies of Menopause in Japan and North America”- prevalece la imagen de la mujer constituida en torno a un útero tal como Tilt propusiera el siglo anterior (Lock, 1993). A partir de las investigaciones de éste medico, en el año 1966, se propuso un uso masivo de la terapia de reemplazo hormonal para tratar la sintomatología producto de la menopausia. Wilson indicaba que reestableciendo los valores hormonales normales –relativos a los niveles de estrógeno presentes en la mujer en edad de procrear-, se detendría y se evitaría el decaimiento físico y psíquico de la mujer en período menopáusico. Comienza así un largo debate, actualmente irresuelto, sobre las ventajas y desventajas del uso de éste tipo de terapias ya sea para prevenir o para tratar la sintomatología asociada a la menopausia. Hasta mediados de los setenta, la terapia de reemplazo de estrógeno era usada para el tratamiento de síntomas específicos asociados con la menopausia, especialmente los “calores”. Entre 1975 y 1980 su uso declinó de manera dramática, debido al riesgo de contraer cáncer endometrial que aparejaba su uso. Como consecuencia de esto, a partir de los ochenta, pasará a recomendarse el uso combinado de estrógeno con progesterona que administrado en las dosis prescriptas, contrarrestaría el efecto tóxico del estrógeno. Este tratamiento recibe el nombre de terapia de reemplazo hormonal, el cual a diferencia del anterior es también utilizado para prevenir enfermedades coronarias y osteoporosis (Lock, 1993; Leidy 1999; Woi Leng, 1996, Harding, 1996).

 


 

III- Epistemología del saber biomédico

No obstante las reconceptualizaciones que ha atravesado el concepto de menopausia en el modelo biomédico hay una serie de premisas básicas asumidas de manera implícita y estrechamente  relacionadas:

a) Dualismo mente/cuerpo

La primera premisa básica común al saber biomédico se refiere al dualismo mente/cuerpo. Scheper-Hughes y Lock, destacan la falacia biologicista vinculada con el dualismo cartesiano que disocia mente y cuerpo como dos entidades discretas, y que aborda el estudio de este último aislándolo de todo contexto sociohistórico (Scheper-Hughes y Lock 1987, 7). Es esta concepción del cuerpo la que posibilita la universalización y esencialización del cuerpo femenino y, consecuentemente, de la menopausia. Los aportes de la antropología han resultado enriquecedores para subvertir esta visión, destacando que el cuerpo es "un artefacto simultáneamente físico y simbólico, producido tanto natural como culturalmente y anclado en un momento histórico particular" (Sheper-Hughes y Lock 1987, 7) Si bien durante la menopausia se producen una serie de cambios endocrinológicos, la ocurrencia de éstos no configura  sustancialmente la experiencia subjetiva de esta etapa. Es en éste sentido, que Lock propone el termino “Biologías Locales”, para poder entender la compleja dialéctica entre biología y cultura (Lock 1993, xxi). La conservación de la existencia, es la condición constitutiva de los seres vivos, que sin estar predestinados por la biología, nos desarrollamos en función de sus condiciones. Es un error tratar de entender la problemática de la mujer “como si” no fuese parte de sistemas mayores.

b) Universalidad de la experiencia de la menopausia

Los cambios biológicos involucrados con el envejecimiento tienden a ser ambiguos, continuos e idiosincrásicos. Como resultado de esto, las categorizaciones médicas habrían llevado a focalizar en las últimas menstruaciones como el indicador universal de la menopausia, algo que puede ser reconocido únicamente en términos retrospectivos, es decir, cuando la mujer ha experimentado más de doce meses de amenorrea.

Por otro lado, el modelo biomédico  da por sentado que la menopausia es una experiencia compartida universalmente por la población femenina, es decir, un fenómeno transcultural inherente a la  condición de ser mujer. Esto implica una visión naturalista del cuerpo que no considera la variabilidad de la sintomatología diferencial asociada con el climaterio en las distintas culturas. En esta dirección, siguiendo a Latour, Lock destaca el carácter artificial de lo natural. Dice que “tanto los conceptos de naturaleza como los objetos naturales son en sí mismos, híbridos, inseparables del conocimiento culturalmente construido…, la naturaleza -incluyendo la especificación con sus relaciones con la sociedad humana y la cultura-, es contingente y así, los significados atribuidos a ella cambian a través del tiempo y del espacio (Lock, 1996: 38).

c) Idea de normalidad fundada en el estereotipo mujer occidental, joven y fértil

Lock indaga la posición ideológica de los argumentos que dan cuenta de las mujeres de edad media como “anormalidad” y “patología”. Esta conceptualización está basada principalmente en dos principios: 1) La mujer como fenómeno evolutivo, que se destaca del resto de las especies animales por tener la capacidad de vivir alrededor de un tercio de su vida sin contar con la capacidad reproductiva. Según Lock esta percepción de la mujer en la mediana edad como fenómeno anormal, se evidencia en los argumentos que enfatizan la importancia del estudio de la menopausia en vistas del aumento de la población y esperanza de vida femenina en este último siglo. Desde esta perspectiva, el ingreso de millones de mujeres en la menopausia, significaría un fenómeno sin precedentes en el reino animal. 2) Los cambios corporales experimentados durante la menopausia (cambios celulares a nivel endometrial y ováricos, niveles hormonales, densidad ósea, niveles de calcio y lípidos) son medidos y luego contrastados tomando como referencia valores normales, es decir, aquellos característicos de cuerpos de mujeres occidentales en edad reproductiva). Ambos suponen que la vida femenina se define en función de su capacidad reproductiva. (Lock, 1993).

Por otro lado, la idea de anormalidad inherente a la mujer, está relacionada con la descripción hecha del ciclo hormonal femenino en contraposición con el masculino. Harding, siguiendo la propuesta de Oudshoorn, señala que el modelo cuantitativo químico de las diferencias sexuales,  dio lugar a la noción de que la producción hormonal seguía un ritmo pautado que difería en los cuerpo masculinos y femeninos, siendo el cuerpo masculino caracterizado por una “regulación hormonal estable”  y el femenino  por una “regulación hormonal cíclica”. Oudshoorn dice que esto llevó a establecer diferencias de sexo conceptualizadas en términos de ciclicidad versus estabilidad, acompañadas por las respectivas connotaciones negativas y positivas (Harding, 1996: 107).  En este mismo sentido, Shilling destaca que “históricamente, la posición de las mujeres en la sociedad, ha sido socavada a través de intentos reiterados de definir sus cuerpos ‘inestables’, que dominan y amenazan sus mentes ‘frágiles’” (Shilling, 1993 -44).

 

IV- Conclusión

Como señala Conrad, el modelo médico descontextualiza los problemas sociales, al tiempo que los coloca bajo su control. De esta forma, este proceso individualiza lo que de otra manera sería visto como un problema de carácter colectivo y social. En el caso de la menopausia, "la medicalización desdibuja un hecho que desvía la atención del escrutinio crítico de los valores patriarcales y la inequidad social inherente a éste (Conrad 1992,  223-224)". Pero, como señala Lock   el cuerpo medicalizado no es simplemente el producto de los cambiantes intereses médicos, del conocimiento y de la práctica, sino una manifestación de potencias nunca establecidas, parcialmente guiadas por asunciones morales e intereses políticos (Lock, 1996: 37).

Considerar la menopausia desde el paradigma biomédico es en muchos casos perder de vista las interacciones personales que dan lugar a la estabilización de patrones de contradicciones emocionales recurrentes. Estas contradicciones que surgen como consecuencia de intentar satisfacer expectativas del medio, generan sufrimiento en quien lo vive. En este sentido, tales evaluaciones son erróneas y socialmente peligrosas dado que contribuyen a estabilizar la dinámica del sentimiento en las que se originan.

Dentro de las creencias engañosas y contradictorias del modelo biomédico, tal vez la más significativa sea aquella que da por supuesto que el cuerpo tiene una estructura fija que explica la constancia de sus propiedades sin tomar en consideración que en nuestra condición de sistemas vivos existimos mientras se satisfagan las condiciones que lo definen (no necesariamente la presencia o ausencia de menstruación) y existimos tanto hombres como mujeres en el dominio en el que estas condiciones se satisfagan (la familia, el trabajo, etc). Si bien la menopausia es un evento biológico, el significado atribuido a ésta es cultural. Nuestras percepciones de la menopausia están ligadas a asunciones culturales más amplias sobre la feminidad, envejecimiento, y concepciones médicas en general. En este sentido, tanto la menopausia, como el género, pueden ser entendidos como construcciones culturales que reflejan y refuerzan valores y asunciones culturales más amplios (Webster, 1993, 243)”.

El modelo biomédico define el carácter triplemente anormal de la mujer menopáusica en contraste con otras especies animales (mujer menopáusica como la única dentro del reino animal que alcanza a vivir un tercio de su vida habiendo perdido sus capacidades reproductivas), con el hombre (la mujer caracterizada por una fisiología hormonal cíclica e inestable) y con la mujer joven (la mujer menopáusica caracteriza por su imposibilidad de procrear). Tomando como punto de referencia esta conceptualización biomédica de la menopausia cabe  plantear el desafío sobre cómo propiciar modelos alternativos para la identidad de la mujer menopáusica, teniendo en cuenta que este modelo esta ligado de manera indisoluble con una serie de presupuestos ideológicos que asumen que la menopausia implica la pérdida de la feminidad, esto es, la pérdida de la hormona “típica” de la mujer, la desaparición de la menstruación, la pérdida de la juventud y de la capacidad reproductiva. Importantes teóricos de la medicina proponen la idoneidad de la experiencia biológica como modo de saber lo que es correcto y lo que es incorrecto…, hoy estamos en condiciones de revisar dicho modelo. Debemos incluir la perspectiva sistémica (constructivista, interaccionalista o estructuralista) que tome en consideración múltiples factores para establecer un modo de ser y estar. En estas circunstancias la responsabilidad y la destreza clínica exigen que el investigador sea consciente de que su tarea consiste no en reducir la explicación a lo que a alguien le ocurre, sino destacar la apertura en un espacio de coexistencia, con otros miembros, en distintos dominios, es decir, poniendo en contexto, el estado en cuestión.

 

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